Varias veces me han preguntado si creo que elegimos a nuestros padres. Y siempre contesto que sí, creo que los elegimos. No trato de convencer a nadie, porque a mí me costó mucho aceptar que yo había elegido a los míos, y tuve que conocerme mucho, y tratar de conocerles mejor a ellos, para aceptarlo. Conocerles mejor a ellos, sí, a mis padres... Porque para mí son mis padres, unos padres que yo podría idealizar, "tienen que ser así o así"... cuyas figuras la sociedad ha idealizado para comodidad e incomodidad de muchos, pues lo cierto, es que la familia ideal no existe, aunque cada engranaje familiar es perfecto tal y como es, un puzzle sincronizado por la mano del creador que somos nosotras y nosotros mismos.
Quiero contar algo de mi historia, y cómo he llegado a la conclusión de que yo elegí a mis padres. Trataré de ser lo más breve posible, aunque es difícil.
Mis padres se divorciaron cuando yo tenía 6 años. Esa fue la separación definitiva, aunque mi padre a veces pasaba días fuera de casa y mi madre vivió esto con mucha tristeza y soledad. Desde el principio ella se apoyó en mí, en una niña de 5 años a quien mostraba su vulnerabilidad y desamparo, de alguna manera nos cuidábamos mutuamente, y tuve desde muy pequeña la sensación de que "debía cuidar" de mi madre. La ví llorar mucho. La abracé mucho. Dormimos muchas noches juntas.
Cuando yo tenía 6 años, mi padre se fue a vivir a su país, Malaysia, y no le volví a ver hasta 9 años después. En este tiempo, hubo algunas cartas y alguna llamada, en muy contadas ocasiones. Mi padre estaba trabajando muy duro para conseguir sus sueños. Al cabo de un año (yo tenía 7), vino a vivir con nosotros un hombre maravilloso y bueno con mi madre y conmigo. Con él entró el pan en nuestra vida, las paellas, y la comida rica. también entró la tecnología, y dejamos de estar tan aisladas. Casi 30 años después, mi madre y él siguen juntos y enamorados.
Mi padre, en Malaysia, también se casó y tuvo 3 hijos más, a quienes conocí cuando nos volvimos a encontrar. El y su mujer, gran mujer, todavía comparten sus vidas.

Esta falta de presencia paterna (o que yo viví como falta, porque en casa tenía un padre), me ha servido para trabajar un apego antiguo que yo traía con quien ahora es mi padre. Se trata de algo kármico, algo que nos unió en otra encarnación, y que ahora tenía que sanar y cortarse. Para quien no crea en otras vidas, puedo decir que el tener un padre en la distancia, que se comunica sólo cuando él quiere, que no contesta a las llamadas o a los e-mails sino cuando él quiere o puede (que puede ser mucho tiempo), me ha enseñado a amar y a aceptar a las personas como son. Me enseña cada día que no necesito que me lo demuestren constantemenete para saber que soy amada. Me enseña que somos seres libres de escojer y que hay muchas formas de amar , y me enseña a ser respetuosa con los procesos y con los ritmos del "otro", a que no tiene que ser todo "cuando yo diga", o "como yo diga". Me ha enseñado y me enseña a ser humilde y aceptadora, a ser más flexible con las actitudes de los demás. Y esto ha sido y es muy importante para mí.
Con el tiempo he aprendido a observar a mi padre con los ojos del corazón, y de una manera que me ha hecho comprender por qué actúa como lo hace, y porque se distancia, no sólo de mí, sino del resto del mundo.
Mi madre, por otro lado, no fue una madre típica de postres y cocinillas, sino una mujer independiente que después de toda una vida de sentirse incomprendida, quiso disfrutar de la vida y del amor con el hombre que la comprendía y la respetaba. Así que yo pasaba mucho tiempo sola, en el bosque, en las rocas, en mi habitación. Porque Dios es tan grande que me dió una infancia en una casa maravillosa, delante del mar Mediterráneo, con un pequeño pinar para que pudiera jugar y nunca me sintiera sola. Entonces yo jugaba con mi perro, con una gatita que teníamos, y con los árboles, las piedras, el mar...
Gracias a este tiempo que pasaba sola, pude desarrollar de una manera muy especial una fuerte conexión con el mundo de lo invisible, de lo que no se ve, y siempre le estaré agradecida a mi madre por ello. De alguna manera, nosotras teníamos un contrato previo a mi nacimiento, en el que ella me iba a dejar un espacio para que yo desarrollara esa conexión con los mundos sutiles que tan importante iba a ser para mi de adulta. Y nunca me faltó su amor... quizás un poco de presencia, pero su amor, nunca. y esa presencia de vacío, fue llenada por un mundo interior que crecía conmigo.
La oscuridad que viví en mi adolescencia, también me sirvió de mucho, fue un camino muy duro que recorrí en solitario, pero que me hizo fuerte e independiente, dos cualidades que también como adulta agradezco en lo profundo.
Mi madre fue perfecta para mí. Con su desconcierto, con su falta de paciencia, con sus imperfecciones, con su hipersensibilidad mal encauzada. Porque lo hizo lo mejor que pudo, siempre respetó mi espacio y mi mundo (nunca me abrió un cajón, o una carta, o una cajita...), dando el amor que ella no había recibido, estando cuando de verdad la necesitaba... aunque yo no lo supiera ver. Porque fui yo quien elegí la oscuridad, fui yo quien elegí una adolescencia dura, fueron mis instintos que no encontraron otro sitio donde buscar... porque tenía que experimentar aquello que experimenté, porque tenía que vivirlo así, ni más ni menos. Y el camino de regreso, a mi infancia feliz, a la reconciliación con mis padres, a la sanación y al encuentro con mi niña interior ha sido el camino más hermoso de autodescubrimiento que podía haber imaginado. Porque he aprendido a no exigir el amor de los demás, a abrirme a lo que mis padres tienen para darme y a aceptar que lo hagan a su manera. Porque he aprendido a hacerme cargo de mis sentimientos y emociones, porque he aprendido a hacerme cargo de las experiencias que han poblado y pueblan mi vida, porque nadie me ha impuesto nada, porque yo elijo lo que soy y lo que quiero ser.
Y cuando he dejado de culpar a los demás de lo que me pasaba, cuando he dejado de justificar una y otra vez mi sufrimiento para aferrarme a él, la venda se ha caido, y he empezado a ver con otros ojos, los ojos del corazón. Y que mis padres son quienes son, son seres humanos con una historia propia, cuyos sentimientos les pertenecen sólo a ellos y que yo respeto con todo mi ser. Sólo puedo agradecerles el haber cumplido su parte del trato, el haberme dado todo el espacio que necesitaba para crear mi mundo, para recordar quién soy, para construir un mundo nuevo y llenarlo de AMOR.
GRACIAS A LOS DOS... GRACIAS A DIOS...