El primer día fui un poco inquieta, pues iba con Nur, que con 10 semanas era todavía muy pequeña para dejarla con otra persona, y no sabía cómo iba a ir la cosa, o sea, asistir a un seminario de seis días con un bébé. Llevé un colchón plegable, una mantita, la hamaquita de Nur y una bolsa con sus cositas.
Al llegar al lugar, ví el cielo abierto: una zona de la gran sala, estaba especialmente pensada para los papás y mamás con bebés y niños pequeños. Niñas correteando, bebés llorando, ¡qué bien! Así que feliz, monté el "chiringuito", como lo hacemos las mujeres, que con cualquier cosa sabemos recrear un hogar.
También tuve la suerte de que Alex podía cogerse las mañanas libres, así que él se estuvo quedando con la peque por las mañanas y luego me la traía a la hora de comer, y Nur ya se quedaba conmigo hasta las ocho, hora en que terminaba el curso todos los días. Esto me ha servido para trabajarme el desapego, y para tomar conciencia de lo importante que es que nuestra hija esté con su padre, que compartan largos ratos juntos. Belén, una de las mamás que había allí, me animó diciéndome que así Nur también tendría energía del padre, y no sólo de la madre. Ahora sé que fue una buena decisión.
En el seminario se habló mucho de los niños, Carlos dijo algo que se me quedó grabado y que me parece muy importante, y que Alejandro y yo compartimos.
Así que decidida a enseñarle a mi hija las maravillas de la naturaleza, y a educarla en el asombro, nos la hemos llevado al Monasterio de Piedra, uno de los lugares más bellos de la península, un vergel que a menudo me recordaba a las cascadas que he visto en Hawaii, o a la selva de Borneo...
Porque ciertamente, si perdemos la capacidad de asombrarnos y de sorprendernos, ¿qué nos queda?
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