
Hace poco leí (no sé dónde) que nuestros hijos, sobre todo en sus primeros años, demandan toda la atención del mundo, y que muchas veces no somos capaces de permanecer 15 minutos con ellos, sin hacer absolutamente nada, compartiendonos nada más; sin móvil, sin ordenador, sin tele, solamente sentadas junto a ellos, totalmente presentes, totalmente disponibles. No sé si es por lo bien que me lo paso observándola, o si es instinto, o por ser coherente con la decisión de no trabajar para estar con Nur en sus primeros tres años de vida, pero siento que en la medida de lo posible, mi presencia y disponibilidad como madre ha de ser de calidad. Quiero decir, que más vale estar media hora al día totalmente presente y disponible para ella, que todo el día pero con la atención puesta en las “mil cosas” que tengo por hacer. Siempre me recuerdo a mí misma que nuestros hijos se alimentan también de nuestra aura.
Trato siempre de ir encontrando esos ratitos a lo largo del día, y hay uno en e

Así que estoy aprendiendo a vivir con esta atención despierta hacia mi hija, esta atención constante, esta presencia materna que le ayuda a echar raíces en este mundo. Y ojo, que también he aprendido que solamente podré darle esta atención de calidad si yo misma me la doy a mí misma. Es decir, si yo misma tengo mis necesidades emocionales cubiertas; si me siento amada, si me siento feliz, si me busco un ratito (o dos) para estar conmigo cada día, para respirar, para meditar, para soñar despierta, para arreglarme (por dentro y por fuera), para gustarme…
Porque si yo no me quiero, si no establezco una conexión con la fuente del amor dentro de mí misma, este amor no encuentra una vasija para verterse y desbordarse a otro ser… y no puede así manifestarse la verdadera naturaleza del amor, que es compartirse al otro sin medida y sin esperar nada. Quizás mi casa esté más desordenada que antes, o la nevera más vacía, pero que el "no me ha dado tiempo" sea por estas pequeñas cosas, porque la mirada de un hijo, no puede esperar...