viernes, 18 de septiembre de 2015

"No me sigan a mí, sigan al niño." Maria Montessori

Han pasado dos semanas desde que Nur empezó en el nuevo cole. Hace siete meses que estaba decidido. Nur nos animó a tomar esta decisión, y como siempre, encontró su forma de indicarnos lo que necesitaba. Por un lado me siento orgullosa por haberla sabido escuchar y por haberme dado cuenta de que sus necesidades iban por otros derroteros, y por otro lado me siento muy decepcionada con el colegio anterior. Me gustaría escribir para tratar de calmar mi emoción, mi sensación de disgusto, mi cabreo y mi indignación. Me gustaría hacerlo sin criticar, intentaré solamente exponer y contar mi experiencia, tal como ha sido en los dos últimos años, y dejar que el sentido común le hable al corazón. Necesito hacerlo, necesito sacarme esta espina que me pica y me molesta.

Cuando mi hija empezó a ir al Colegio Waldorf de Aravaca, me pusieron en aviso de que la profesora que le había tocado era algo peculiar, y que me convenía llevarme bien con ella porque el no hacerlo podría perjudicar a Nur. En la primera reunión de padres, en junio, antes de empezar el colegio, nos dijeron que la participación de los padres era muy importante en este colegio, y que también se esperaba que existiera una línea de coherencia entre el colegio y los hogares/familia. Un ejemplo de esto sería no dejarles ver la televisión o utilizar pantallas de Ipad, etc. Nosotros tenemos en casa unos límites con este tema, dije. En casa, si se ve, se ve una hora de pantalla al día. En aquella reunión éramos 4 madres. Todas pusieron cara de espanto (aunque después los niños de este cole ven la tele a escondidas). En las siguientes, a veces 10, a veces 11 padres y madres. Había unos 22 niños.

Los primeros días todo fueron límites y avisos por parte de la profesora. Que si la tenéis que traer peinada (?!), que si la tenéis que abrigar más, que si no traigais zapatos con cordones porque tiene que ser autónoma y ponérselos ella sola, que si no hagáis las despedidas largas que es peor para ellos... Con suavidad y firmeza. A los padres también había que enseñarnos.
A regañadientes, y por recomendación de la profesora, R., le compré unos bodys para llevar debajo de la ropa que se tenían que abrochar en la parte de abajo (mi hija ya tenía 3 años y medio y hacía mucho tiempo que no llevaba pañal). La razón para ello se suponía que era para que no se le quedara la espaldita al aire cuando jugaba a colgarse por los columpios, etc. Bien. Bien raro, me pareció a mí. Le avisé de que tendrían que ayudarla a abrochárselo, porque ella no sabía y los botones son fuertes. Pero no le quería hacer la contraria, estaba avisada. Todos los días cuando la iba a buscar me la encontraba con el body abierto por abajo, colgando. Pobrecita. Y no veía que ningún otro niño llevara body. Después de 10 días de no ver ni un cambio, de caérseme el alma a los pies de ver a mi niña con aquel trozo de tela colgando, los recogí y los doné. Nunca más.

Un día fui a buscar a Nur y pareció con la chaqueta y la sudadera abiertas, mientras R. me decía que la teníamos que llevar mejor abrigada. La imagen de la profesora regañándome (comedida, con voz suave, pero firme y con aire muy profesional) y la niña con toda la ropa desabrochada era muy triste (y absurdamente incoherente)... cuando llegué al coche me indigné, y con razón. ¿Y si la abrigo y nadie le ayuda ni le enseña a abrocharse la ropa, de qué sirve? Me preguntaba en el coche, muy enfadada conmigo misma por no haber sido capaz de decir nada en el momento que mi hija apareció toda desabrochada con un viento gélido que hacía. Estuve unos días muy cabreada, y finalmente me hice terapia y un ejercicio de profunda reflexión y auto-observación para ser capaz de aceptar a R. y ver su corazoncito, su parte buena y positiva, su profesionalidad, que tan bien sabe mostrar. Porque estaba avisada, "mejor llevarse bien con ella o la que lo va a sufrir va a ser tu hija."

Durante el primer año y los primeros meses del segundo curso de infantil, tres niñas mayores se metían con algunas de las pequeñas (en las escuelas Waldorf los niños de Infantil están mezclados en edad, desde los 3 hasta los 6). Concretamente una de las niñas se ensañaba con Nur.
Cuando yo la recogía en el cole, subíamos al coche y nuestra conversación era así:
- ¿Qué tal en el cole cariño?
- Mal, Catalina se ha estado metiendo conmigo
O:
- ¿Qué habéis, hecho mi amor, te lo has pasado bien en el cole? - No, Catalina me ha dicho que mi ropa es fea y Valentina nos ha quitado la arena que habíamos usado para hacer una tarta.
Otro día me dijo que esta niña le había dicho que su piel era fea... mi niña...
A esto lo llamo yo "acoso escolar". (Y a la próxima niña o niño que lo haga, si se atreve, le arranco el corazón y me lo como.)

Pero hace dos años no lo tenía tan claro. Y esto era todos o casi todos los días. No era una excepción. Las veces que hablé con R., me dijo que eso es normal, que estas niñas no eran niñas problemáticas y que era una forma en la que la vida estaba desafiando a mi hija para que aprendiera a usar sus herramientas. Que tenía que aprender ella. No sé por qué, y de verdad, no sé cómo lo hizo, pero me convenció. Quería llevarme bien con ella, estar de su parte, y al mismo tiempo animar a mi hija para que aprendiera a sobrevivir y a ser inmune a este tipo de ataques. Ahora lo pienso y me siento maaaaal. ¡Sólo tenía 3 años y medio! ¿Dónde está la empatía, el cariño, la presencia de las maestras?

En otoño del segundo año, una de las madres y yo insistimos en que tenía que parar, y al parecer estos ataques cesaron. Nur quería aprender a escribir. Durante todo el otoño se quejaba por las mañanas: “No quiero ir al cole”… cada mañana igual. Unas veces porque no quería ver a aquellas niñas, otras porque simplemente no quería ir, porque se aburría, etc.
En casa quería que le enseñáramos a escribir. La abuela, escritora y rebelde, le compró unas letras de madera. Así que pasábamos las tarde componiendo palabras con las letras, y la hija copiando y aprendiendo a escribir por su cuenta, y yo componiendo palabras con el nuevo "Scrabble" acomplejada por no ser una buena "profe" (sólo soy su mamá).
El sistema Waldorf contempla a rajatabla la antroposofía de Rudolf Steiner, que observa el desarrollo del ser humano por septenios, y decide que los niños no deben aprender a leer ni a escribir hasta los 7 años, ya que hasta entonces deben aprender a trabajar con el cuerpo, y a través del movimiento ir familiarizándose con las curvas, las rectas, para aprender a escribir después. Si un niño quiere aprender a leer y a escribir antes de esas edad, nadie le va a enseñar, y en este escuela al menos, no existe ningún tipo de material escolar para que pueda, si quiera por cuenta propia, explorar e investigar acerca de los números, las letras, las formas geométricas, las cuentas... Una vez más, estamos midiendo a los niños con el mismo rasero (y en este caso, además, con el mismo rasero de hace más de 100 años).

La siguiente perla de R, no la olvidaré:
Como mi hija (en aquel momento 4 y medio) insistía e insistía en que quería aprender a escribir, antes de terminar el año, le dije a R., que para entonces era ya estaba a tope de responsabilidades y de trabajo, pues estaba a punto de abrir una nueva escuelita Waldorf, cerca de la escuela donde ya trabajaba:
- Nur tiene unas ganas locas de aprender a leer y a escribir, me pide que le enseñe…
- Ah, sí, esto les pasa a todos, ya se le pasará. (¡¡¡¿¿¿¿¿?????!!!)

Otro día, le dije a R.:
- Nur me está diciendo mucho que se aburre… ¿tú cómo la ves?
- ¡Qué va, no se aburre! Está jugando todo el tiempo…
Claro, Nur no es una niña del tipo que se queda en un rincón con cara de hastío; ella juega, pero eso no quiere decir que no lo haga aburrida… Después me ha dado cuenta de que lo que me estaba diciendo era que se aburría de jugar siempre y no aprender cosas nuevas, que es lo que ella quería. Llegó a cruzarse en mi mente el pensamiento de que si un niño con unas capacidades y ganas muy grandes de aprender no encuentra una vía, un soporte, un material de apoyo y la presencia de una guía adulta que le acompañe amorosamente, es posible que, creyendo que esas necesidades de aprender y abracar cosas no son importantes o necesarias, las deseche, escondiéndolas y guardándolas bien profundo en el inconsciente. Una inteligencia (palabra tabú en esta escuela) desaprovechada.

En otra ocasión, le dije a la ayudante (no me atrevía a decírselo a R. directamente para evitar conclicto), que por favor ayudaran a Nur a abrocharse el abrigo, o, al menos, le recordaran que tenía que hacerlo, ya que iba todos los días con el abrigo desabrochado. Respuesta, que recibí como un jarro de agua fría:
- Ellos son autónomos, lo tienen que hacer por su cuenta…
Me quedé planchada… planchadísima. ¡4 años! Y yo, que no soy de respuesta rápida, y que no quería problemas… había visto que las madres que se quejaban eran vistas como las “locas” del colegio, un colegio narcisista, incapaz de mirar sus propios fallos a no ser que alguien o algo hiciera sonar la alarma, como cuando un niño de 10 años salió del colegio y se fue andando a su casa (de Aravaca a Pozuelo) porque otros niños se metían con él en el comedor (haciendo que se le llegara a caer la bandeja hasta 2 veces), y no confiaba en ningún profesor para que le apoyara. A partir de aquel momento se puso un timbre en la barrera para que los niños no pudieran salir libremente, aunque sin nadie que vigilara si quien tocaba el timbre para que le abrieran la puerta era un niño o un adulto. Cuando yo era pequeña, en el colegio de mi pueblo, siempre había alguien en la barrera para que no saliéramos, y nos gustaba jugar a despistarle para poder escaparnos a la montaña.

Así iban pasando los días, yo estaba medio abducida, y Nur seguía insistiendo en que no quería ir al cole, y se pasaba las tardes tratando de aprender a escribir, y dibujando y pintando sirenas en el mar, dibujó cientos de ellas. Una tarde llegó a estar 2 horas de reloj sentada pintando, mientras yo no dejaba de asombrarme. Necesitaba concentrarse, "trabajar", crear sin cesar. Su profesora, R., consideraba que hasta que los niños entran en primaria, "hay que explotar el juego libre al máximo", por lo que en su clase no había acuarela, ceras ni manualidades, apenas 3 o 4 cositas en todo el curso.

Así, una mañana de febrero del año pasado, me desperté con un pajarillo revoloteando en mi estómago. Un antepasado mío, el tío Juan, hermano de mi bisabuela, psiquiatra y educador, creó en 1920 Villa Joana, la primera escuela para niños con discapacidad donde se les enseñaba un oficio y no tenían que estar internos. Él había estudiado con María Montessori cuando vivió en Italia, donde se casó en Bolonia con la hija de una condesa. El ayudó a que María Montessori fuera a Barcelona a principios del siglo XX a dar unos cursos sobre las nuevas pedagogías humanistas que estaban desarrollándose en Europa.
Me senté al ordenador, y pedí cita para ir a visitar el Colegio Montessori de conde Orgaz. Le dije a Nur:
- Cariño, estamos buscando un cole nuevo para ti
- ¡¡¡Bieeeeennnn!!!! – me quedé alucinada. Hasta ese momento no sabía que cuando Nur me decía que no quería ir al cole, que se aburría, era porque en realidad no quería estar ahí. A partir de ese momento me quedó claro. Hicimos el cambio rápido. La inscribimos para el siguiente curso. Y no volvió a quejarse, no volvió a decir que se aburría, y presumía siempre delante de nuestros amigos de que la íbamos a cambiar de cole. Nos había llegado su mensaje, su queja, su necesidad.
Vino a la reunión con el director del colegio, y aunque el cole nuevo no tiene árboles ni conejitos ni gallinas, “¡tiene laboratorio y vamos a prender los planetas!”.
En la clase de R., un año más, se hicieron la foto de clase sin Nur. Así que tenemos dos fotos de clase de los dos años que ha estado allí, en las que ella está ausente. Para mí, este detalle me dice que de alguna forma Nur no estaba allí presente, no era su lugar.

Así que aquí estamos. Llevamos dos semanas desde que empezó en el cole nuevo. Cada día sale llena de entusiasmo, le da un súper abrazo a sus maestras, y antes de que subamos al coche ya me está contando todas las cosas que ha aprendido durante el día. Está feliz, entusiasmada, y completamente enamorada de sus maestras, Laura y Eyleen (quien sólo les habla inglés).
- Mamá, creo que Eyleen es un hada
- ¿Una hadita?
- No, un hada gigaaanteee
Por lo que me cuenta, puedo ver que se le presta atención, que se la acompaña y se le fomenta la ilusión por aprender cosas nuevas, y que desde el amor, la disponibilidad y la presencia amorosa, se le enseña amorosamente, jugando, cantando "aeioú burriquito como tú", contando el cuento del país de las letras, que el mundo es algo lleno de posibilidades fascinantes y de cosas maravillosas por descubrir (¿tan difícil era?). Un día leí que un niño que no tiene un deseo fuerte y profundo por aprender, no es un niño sano. Mi hija transmite ilusión y entusiasmo a raudales,está feliz. Estamos llenos de asombro de cómo en dos semanas nuestra hija ha podido dar un salto cuántico tan grande. En dos semanas han cambiado sus dibujos, son más completos, más imaginativos (todavía), y también ha cambiado su forma de hablar. También está aprendiendo inglés muy rápido, ya que su querida Eileen les habla sólo en este idioma.

Nuestro colegio no es un Montessori puro. Ya no nos interesa una estructura de pedagogía estricta, sino algo abierto, adaptable y cambiante, como los mismos niños. No nos interesa que las fronteras entre el colegio y la familia se diluyan, que se nos recomiende cómo tenemos que vivir en casa y cómo tenemos que educar. La familia es Cosa Nostra.
No nos interesa un colegio donde la máxima autoridad es la de los maestros, donde los padres no tienen nada que opinar ni que hacer si no es a favor del sistema… Nos interesa una escuela activa, donde padres y maestros trabajan juntos, donde hay escucha, presencia, atención y cariño. Donde la opinión de los padres es tan importante como la de los niños y los maestros, y donde estos cuentan con infinidad de recursos para enseñar jugando y proporcionando disfrute a los niños, y una escuela capaz de observarse a sí misma y adaptarse a los cambios con entrega, disposición y buena voluntad. 
No nos interesan los sistemas educativos que funcionan igual que hace 100 años, sino los que se adaptan a los nuevos niños, que observan y se adaptan a las cualidades únicas de cada niñ@.

No nos interesa un lugar donde no se les enseñe a gestionar los ataques de otros niños, y donde estos no sean tomados en cuenta. No, gracias.
Creo que existen los “niños Waldorf”. La nuestra definitivamente no lo es.
Los niños son maravillosas esponjitas, creo que las estructuras rígidas y sectarias no ayudan a educar en libertad. Creo que tampoco ayudan a potenciar la capacidad extraordinaria que tiene cada niño de aprender de una forma única e irrepetible.

Y así creo que debería ser la infancia, jugar, aprender, disfrutar, vivir en el asombro, maravillarse. 

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